Tejer para sanar: cómo una aguja y un hilo se convirtieron en mi mejor terapia
Hay momentos en la vida en los que todo se vuelve ruido. El miedo, la incertidumbre, las esperas en la consulta del médico… Durante mi proceso con el cáncer, conocí ese ruido demasiado bien. Sentía que el control de mi vida se me escapaba de las manos, hasta que recuperé algo que siempre había estado ahí: una aguja de crochet y un ovillo de lana.
En las largas tardes de tratamiento o en las noches de insomnio, el movimiento rítmico de la aguja era mi ancla. Cada puntada era una meditación. Un, dos, tres… Contar los puntos silenciaba el ruido de mi cabeza. No pensaba en nada más que en el bucle que se formaba, en la tela que iba creciendo entre mis dedos.
Tejer me devolvió un trocito del control que sentía haber perdido. Yo decidía el color, la forma, el resultado. Transformar un simple hilo en algo bonito y útil, como unos patucos para mi nieto, me hacía sentir poderosa. Me recordaba que, a pesar de todo, mis manos aún podían crear, dar vida, regalar alegría.
No sé si el crochet cura el cuerpo, pero os aseguro que a mí me sanó una parte del alma. Me enseñó a tener paciencia, a concentrarme en el presente y a entender que, incluso con los nudos más difíciles, siempre se puede seguir tejiendo. Para mí, cada creación es un pequeño símbolo de esa superación.